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domingo, 15 de marzo de 2009

El Islam pone en peligro al mundo


Siempre me pregunto que clase de mundo le estamos dejando a nuestros hijos y nietos. Pero nunca había experimentado este pánico a la luz de tan graves e incomprensibles acontecimientos.
Siempre tuve asumido que la religión católica, con la ayuda de otras creencias, esencialmente la judía por sus profundas raíces humanistas, continuaría llevando al mundo a través de la senda de la cordura, el respeto por el otro y los principios morales.
Finalmente, entendí que íbamos perdiendo terreno a favor de las huestes islámicas, que apoyan sus prédicas en interpretaciones erróneas de los dictados de su religión. Debo reconocer que no conozco lo suficiente el Corán pero, convencido que hay un solo Dios, creía también que el libro sagrado de los musulmanes se inspiraría en valores iguales o, por lo menos, similares: el amor al prójimo, el respeto tanto por la vida propia como por la ajena, altos valores morales, etc.
El Islam dejó de lado esos principios para enfrascarse en una guerra de colonización total contra el mundo, como si la humanidad no hubiese tenido suficientes muestras de a qué extremos puede llegar el ser humano en pos de ganar una batalla, sin analizar si la razón está o no de su lado..
Así, vemos que en la antes poderosa caudilla del mundo, Gran Bretaña, hoy ha retirado de su currículo educativo el estudio del Holocausto, aduciendo que era un mito ” y ofendía” a la población musulmana allí refugiada, que llegó escapando de sus países de origen, permitiendo reiterados ataques a la comunidad judía; o en España, la abanderada del Catolicismo, que ha llegado al extremo que su jefe de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, para congraciarse con los musulmanes que se cobijaron en su país, se disfrazó con el pañuelo musulmán. Y eso no es casualidad o descuido, sino que estuvo estudiado y analizado, en momentos en que recrudecía la guerra contra Hamás en la Franja de Gaza.
Todos estos avances sobre la civilización occidental se han llevado adelante esencialmente a través de amenazas de distinto tinte. En este sentido cabe recordar los ataques terroristas como el del 11S en Nueva York, con muchos miles de inocentes masacrados que nada tenían que ver con la política; o el del 11M en Madrid, otra vez con muchas víctimas; o en Londres, o el ataque a la Embajada de Israel en Buenos Aires en 1992 o a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) dos años después, a cuyos autores aún hoy no se les pudo apresar, tanto por la desidia de los distintos Gobiernos argentinos, como por la protección que les proporciona la República Islámica de Irán.
O el poco interés demostrado por la Policía Internacional (Interpol), que tardó meses en dar ``el alerta rojo”'' al pedido de los jueces de Argentina de buscar y detener a los responsables de semejantes matanzas.
Cuando se perpetra uno y otro crimen y no se detiene y castiga a sus autores, lo más probable es que esos hechos se repitan, justamente como es el caso de la Embajada y la AMIA, dejando el campo libre a la posibilidad de otro ataque similar. Si a esto le agregamos que en la Argentina no sólo se refugiaron muchos criminales de guerra nazis tras la Segunda Guerra Mundial que hoy se permiten exhibir su svástica y realizar actos antisemitas, más allá que algunos funcionarios los nieguen como tales, amén de las declaraciones de uno de los excomulgados y ahora redimidos obispos lefebvreristas en un grave error político del papa Benedicto XVI, Richard Williamson, que negó el Holocausto o las agresiones a la Embajada de Israel en Buenos Aires, encabezada no sólo por musulmanes refugiados en Argentina, sino por un ex funcionario del Gobierno argentino, que hoy recibe un millón de dólares por mes, entre otras actitudes no muy claras, es fácil anticipar que el próximo objetivo del Islam sea este país.
Todo facilitado por la muy afiatada relación económica, tecnológica y militar, incluida la asistencia nuclear, de Hugo Chávez, el ``bolivariano'' (¿?) presidente de Venezuela con el tirano de la República de Irán, Mahmud Ahmadineyad, que ya le sirvió de pie para asentarse en Latinoamérica, comenzando por el país del Caribe y continuando con Bolivia, a través de su pusilánime mandatario Evo Morales, marioneta del caribeño y ahora también del iraní.
Desde aquel momento venimos tratando de alertar al mundo de la invasión malsana del Islam en la conciencia y la cultura occidentales. Hoy, con miedo por el futuro, notamos que el Islamismo ha sobrepasado a los seguidores de la propia religión católica, que cuenta en estos momentos en todo el mundo con poco más de 700 millones de almas, mientras que en la vereda de enfrente ya suman más de 1.300 millones, una cifra que aterra.
En función de este panorama poco tranquilizador y sin pretender ser apocalípticos, debemos asumir que cada judío, en Israel o en la Diáspora, debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para fortalecer cada vez más al Estado que nos representa y defiende, so pena de atravesar otra vez alguna de las terribles experiencias de nuestra historia como el auténtico ``Pueblo de la Biblia''.


Jaime Eduardo Umansky

LA LARGA LUCHA DEL PUEBLO JUDÍO

¿Cuanto es Mucho?

Lo opuesto a "poco", y creo que la guerra por su supervivencia ahora en un estado propio seguirá siendo indefinida, no hay una buena solución a la vista y está durando "mucho". Mientras, el pueblo judío continuará contra viento y marea defendiendo su cultura y su derecho a una vida con una identidad propia. Parecería que de nada vale tratar de ser comprendido, de explicar las razones por las que cada tanto y cuando lo decidan sus enemigos, el Estado de Israel tiene que salir a defender su territorio y a su gente.


Parece que casi todos supieran qué significa ser judío aunque nunca hayan visto a uno en su vida, ni conozcan su cultura, ni su carácter, nada que sea algo particular y que lo distinga más que por el hecho de haberse destacado en cualquier lugar donde se haya afincado. ¿Quizá esa será la razón por la que merezca tanta prevención, para definir la actitud más suave que despierta? Parecería que los que no saben qué es ser judío saben mucho más de la esencia de ese pueblo que los mismos judíos. Así de idiota es este mundo. Ningún judío sabe qué es lo que lo distingue a los ojos de los otros hasta que se lo hacen notar, entonces comprende que serlo es algo diferente, extraño. Y lo aprenden desde chiquitos, maldito sea...

Pero si nos detuviéramos un poco más en lo concreto podríamos ver que es un pueblo que puede exhibir "muchos" logros, no vale enumerar sus descubrimientos, sus talentos en todas las áreas, la ciencia, la música, la filosofía, las artes ¿cuándo no hay un judío poniendo el número en cualquier actividad que emprenda? Y siempre es algo en bien de la humanidad, de vez en cuando sobresale un delincuente pero no es por esto que se destacan. Lo que está a la vista es lo positivo.

Sin embargo, el antisemitismo perdura.

Ahora tiene un enemigo que no puede exhibir ningún talento, ninguno, más que poner bombas y vivir de la dádiva ajena, y el mundo se pone de su lado, ¿No es extraño este mundo?

El pueblo judío ha sufrido "mucho" y durante "mucho" tiempo no pudo defenderse, tuvo que luchar para mantener sus tradiciones y seguir siendo, pero hoy todo ha cambiado. Ahora, finalmente, tiene las armas y ha aprendido a usarlas. Parece que esto es "mucho" más que lo que el mundo es capaz de aceptar de quien hasta poco tiempo atrás tuvo ingenio y paciencia para soportar la discriminación con que era tratado.

Pero lo aprendido durante "mucho" tiempo no deja de ser algo que lo distingue, sigue teniendo paciencia con sus enemigos e ingenio para no dejarse matar. Esto ya no es "mucho", es "demasiado" verlo orgulloso en su tierra, produciendo, alegre, bailando y viviendo sus tradiciones como si su pasado hubiera sido otro y nada pasara a su alrededor y, de paso, venciendo a sus enemigos.

No es comprendido, pero ya casi no le importa, eso es my raro, es como que esa es una lucha que no le interesa librar, hace lo que tiene que hacer y, francamente, tratar de sobrevivir en un mundo todavía hostil, no es "poco".

Quizás escribo esto porque estamos en un momento de gran incertidumbre sobre el futuro de todos, occidente tiene un pasado que es posible medir, con sus avances y retrocesos, lo mismo podemos decir de la cultura e historia de Medio Oriente.

Sobre el pueblo judío es bastante difícil definir sus tiempos, su historia es tan larga que para él "poco" puede ser "mucho" para el resto, y su visión del presente es muy diferente a la nuestra.

Ellos saben que estuvieron, están y seguirán estando, esa convicción sobre su propia valía y capacidad para seguir siendo es envidiable, y occidente, que ha heredado sus códigos morales, debería estar alerta, porque si Israel sobrevive así sobrevivirá nuestra cultura y valores, para lo que deberá actuar -sin dudarlo- en consecuencia.

Publicado por el Blog de Ana

miércoles, 4 de marzo de 2009

LA LEGITIMIDAD DE ISRAEL


Desde que en 1948, contra todas las previsiones de estrategas militares, expertos diplomáticos y pedantes formadores de opinión, Israel no se dejó arrojar al mar, el Estado judío tiene problemas de imagen y de legitimidad.

A menos de una década de su establecimiento ya estaba estigmatizado por la Unión Soviética y tercermundistas de diversa filiación como “avanzadilla del imperialismo”, mientras el régimen de Nasser y los dos partidos “baathistas” de Siria e Irak recibían el rótulo de “progresistas”.

Cuando Nasser cerró el Estrecho de Tirán y obligó el retiro de las fuerzas de la ONU en vísperas de lo que fue la Guerra de los Seis Días, el Presidente francés Charles De Gaulle declaró agresores a los israelíes y tuvo su frase famosa “pueblo seguro de sí mismo y dominador”.

Vino después el abyecto aquelarre en la ONU cuando se declaró racista al sionismo. El Siglo XX necesitaba su libelo de sangre y lo tuvo en el más alto nivel internacional.

Atacado en medio del Yom Kipur, Israel -perdidoso al principio- tuvo la osadía de recuperarse y expulsar al enemigo hacia su territorio. Israel se defendió y resultó victorioso en guerras que, de haber sido derrotado en una, habría dejado de existir. Recibió más de medio millón de judíos perseguidos y saqueados en el mundo árabe y en lugar de conservarlos como refugiados los transformó en ciudadanos. Además Israel no entrena a sus niños y adolescentes en la estrategia del fanatismo antiárabe, del terror y del desprecio a la vida humana. Tampoco pertenece a ningún bloque regional, no tiene veintiún estados hermanos ni más de cincuenta que practiquen su misma religión.

Sin duda, todas estas circunstancias no contribuyen a pulir la imagen israelí. Más de veinte mil soldados y civiles muertos en las guerras que se le impusieron y en atentados terroristas, son “poca” sangre derramada. Haberse defendido con eficacia un “pecado” mayor. No haber mantenido y expuesto a sus propios refugiados en la miseria, un demérito para atraer la compasión universal. Y lo peor de todo, Israel prefiere mantenerse firme e incomprendido, antes que destruido y consolado en su desgracia.

La actual pulsión anti-israelí del mundo mediático y de la opinión pública, que conlleva espasmos de antisemitismo con “honrada conciencia”, está plagada de tergiversaciones e hipocresías. Hay un par de groseras mentiras que han sido adoptadas con entusiasmo digno de mejor causa por la “non sancta alianza” de agitadores propalestinos, energúmenos neonazis, izquierdistas llenos de odio por el hundimiento del mundo comunista e intelectuales y políticos -sobre todo europeos- que se solazan vilipendiando a Israel, rasgándose las vestiduras en nombre del derecho internacional y de los Derechos Humanos mientras protestan de no ser antisemitas.

Mentira número uno: Israel es un Estado extranjero en el Cercano Oriente.

Mentira número dos: Israel invadió a Palestina.

Si estas mentiras tuvieran un ápice de verdad, todo lo que se denomina civilización occidental caería por su base y literalmente no existiría. La carta constitucional del pueblo judío es el Tanaj, la Biblia que el mundo civilizado considera como la fuente primigenia de legitimidad, cultura y moral.

Mil años antes del nacimiento del judío Jesús de Nazareth y más de 1600 años de que surgiera el Islam en el desierto de Arabia, David y Salomón ya reinaban como gobernantes de un Estado judío en Eretz Israel y nunca, en ninguna época, hubo en dicha tierra un Estado autóctono que no fuera judío. Hubo sí invasiones imperialistas que destruyeron la independencia hebrea durante largos interregnos, sin que los judíos jamás renunciaran a reivindicar sus derechos sobre su tierra ni dejaran de habitarla por un solo día.

La legitimidad del Estado de Israel, refundado en 1948 en Eretz Israel (conocida entonces como Palestina y el país de los judíos) se basa en incontestables fundamentos de orden religioso, histórico, cultural, jurídico y político.

Todo el Tanaj, a partir de la concesión superior contenida en la Torah, da fe de la propiedad judía de Eretz Israel, espacio territorial en que se formó la personalidad del pueblo judío, se desarrolló la experiencia monoteísta y se dieron al mundo los principios fundamentales del derecho y de la ética, sin los cuales la humanidad estaría en tinieblas. Fue en ese pequeño territorio, pero lleno de santidad y profecía, que los judíos se propusieron irradiar luz para las naciones, misión que cumplieron cabalmente en las más diversas esferas y que tan ingratamente les fuera recompensada.

Toda la historia universal habla de pueblos que van y vienen, pero los judíos permanecen y siempre en la dirección de Eretz Israel, sin cuya centralidad su legado espiritual sería incomprensible.

En el mundo contemporáneo la política y el derecho han construido el paradigma de la autodeterminación de los pueblos y en la ONU se reconocen 192 naciones, entre ellas 57 islámicas y 21 árabes. A un solo Estado se le pretende discutir su legitimidad, al Estado del pueblo del Tanaj. Sin embargo, se trata de un vano propósito que solo esconde la frustración de los que tienen que resignarse a no poder destruir militarmente a Israel. Nadie le hace un favor al Estado judío por reconocer su derecho a la existencia, ni nadie puede afectarla por desconocerlo. Israel se funda por la decisión del pueblo judío y la justicia de su causa, amparado no sólo por la promesa bíblica, por la historia, por la cultura y por decisiones relevantes del derecho internacional, sino por su propio derecho natural a ser un Estado en la tierra de su origen y constitución.

En el mundo del revés de la media y de la política actuales, destruir las Torres Gemelas, atentar contra la Estación de Atocha o colocar bombas en Londres es siempre terrorismo de la peor calaña. En cambio enviar bombas humanas para masacrar israelíes en confiterías, discos, ómnibus escolares, paradas de transporte y otros lugares de aglomeración pública, “no es terrorismo, es resistencia”. Lanzar miles de cohetes contra la población civil del sur de Israel, “lucha”.

Tamaña aberración sólo se explica porque el desacreditado antisemitismo post Segunda Guerra Mundial ha encontrado por fin su válvula de escape: el antiisraelismo. Hoy Israel es entre los Estados lo que los judíos fueron durante siglos entre los pueblos y es objeto de idénticas calumnias y libelos.

Que los judíos somos los únicos aliados fieles con que Israel puede contar ya no es una mera frase retórica. Hoy más que nunca la misión de las comunidades judías en el mundo es levantarse en apoyo de Israel, repudiando y desenmascarando las difamaciones e infundios de que es víctima. La confrontación es en esencia un choque de voluntades y la primera parte que se desmoraliza pierde. Es por esta razón que profundizar la conciencia judía en nuestras comunidades se ha vuelto hoy más que nunca una tarea urgente. Con fe en nuestro destino, el pueblo y el Estado judío ganarán también esta batalla, que es la batalla no solo de Israel, porque en esta lucha se juega al mismo tiempo el honor y la seguridad de las comunidades judías del mundo entero.

(*) Prof. Manuel Tenenbaum es asesor del Congreso Judío Latinoamericano, institución que dirigió durante más de 30 años.

FUENTE: RADIO JAI
FUENTE: CONGRESO JUDÍO LATINOAMERICANO

ISRAEL EN UN MUNDO IRRACIONAL

¿QUÉ HACER CON HAMÁS?

Con Hamás no hay posibilidad de acuerdo, lo único razonable para eliminar su poder político es que pierda apoyo popular, que aún lo tiene. Durante todas las conversaciones con Israel para lograr un acuerdo de paz, Mahmoud Abas (Abu Mazen), no dejó de intentar un entendimiento con el movimiento Hamás que se atrincheró en Gaza. ¿Por qué? Porque Abas no tiene ningún apoyo popular ni en Gaza ni en Cisjordania y aunque tiene poder político en Cisjordania quiere recuperar el poder político que tuvo en Gaza y no puede lograrlo sin un acuerdo con Hamás.


Israel ha actuado con inteligencia porque tiene real conocimiento del terreno, habla con Abas, ayuda a la población de Cisjordania donde Abas es el presidente de la Autoridad Palestina y trata de debilitar a Hamás en Gaza cerrándole los pasos con Israel. ¿Es esto criticable con un gobierno golpista que no ha cesado de dispararle misiles? No deja de brindar ayuda humanitaria a Gaza pero es todo lo que racionalmente puede permitirse hacer. ¿Qué más? ¿Lo haría otro país con una población enemiga?

Si hiciéramos una analogía es más o menos lo que se hizo con la Alemania dividida, mientras un lado se desarrollaba del otro lado se empobrecía. Y resultó. ¿La historia no enseña? Algunos aprendieron, otros se siguen dando la cabeza contra la pared. Mientras todos ayuden a la población de Gaza no habrá motivo para que rechacen a Hamás, que es un movimiento irrecuperable para que haya paz en la región.

El argumento que los países tienen para reconstruir Gaza es que no quieren que lo haga Irán y es una buena razón pero, ¿soluciona el problema de Hamás? Entonces la comunidad internacional debería apuntar más arriba y hacer con Irán lo que debería hacer con Gaza, sin dinero no hay apoyo popular. Y entramos en el terreno de los grandes acuerdos internacionales, todos comercian con Irán como si fuera un país "normal" en lugar de ser un sitio desde donde parte toda la ayuda terrorista hacia Gaza y Líbano, con la colaboración de otra joyita de la región como es Siria. Al Baradei denuncia permanentemente que la AIEA no tiene total acceso a las instalaciones nucleares de Irán, ¿no es razón suficiente para pensar que algo está tramando? Y de esta situación de falta de compromiso entre las naciones con respecto a Irán se aprovecha Hamás. Ya ha dicho que no cesarán sus ataques contra Israel si se lo "extorsiona" con las tres demandas para recibir ayuda internacional. E Israel también ha declarado que no soportará más ataques en su territorio sin tomar represalias. Entonces, ¿para qué sirve hablar tanto de enviar dinero para la reconstrucción de Gaza, si es que se lleva a cabo? ¿Para que vuelva a ser destruida cuando Israel pierda la paciencia?

Se habla de dos estados para dos pueblos y es un objetivo que se cumplirá el día que ese nuevo estado sea pacífico y no un semillero de terroristas. Basta mirar lo que se enseña a los chicos en las escuelas palestinas tanto de Gaza como de Cisjordania y lo que se transmite por radio y TV. ¿El mundo no puede traducir lo que allí se dice para dejar de hablar de paz en estas condiciones? Cuando éstas cambien se hablará de paz, ahora es imposible. Los árabes palestinos no quieren paz, ¿qué pasa que no lo entienden?

Dicen que se asegurarán que la ayuda que recibirá Gaza no caiga en manos de Hamás, recomiendo mirar el video donde el dinero que envió Israel para pagar sueldos fue tomado por Hamás y llevado a través de los túneles hacia Egipto (*).

Mi axioma es que no hay cambios reales y duraderos que no provengan de la misma población, la convicción de un pueblo no se puede importar, debe partir de sí mismo, si viene de afuera automáticamente será rechazado. Son los árabes de Gaza quienes deben convencerse que con Hamás la situación es insostenible y no tiene futuro. Para llegar a eso, Gaza no debería recibir ningún tipo de apoyo, dárselo será la mejor forma de demostrar al pueblo de Gaza que el gobierno de Hamás CONVIENE, les permite pensar que el mundo acepta a Hamás aunque no desista de su objetivo que es destruir a Israel -así legitimado por el mundo- siempre viviendo de la ayuda internacional desde hace años como si fueran incapaces. Su tara es política, no intelectual, y el mundo la alimenta, otra tara política...

Todo muy ilógico ¿verdad? ¿Cuál es la razón de tanta tontería?

Están haciendo con Hamás lo mismo que se permitió con Hezbollah en Líbano, no se lo desarma, no se lo combate, se intenta mantenerlo en la mesa de negociaciones exigiéndole lo que ya ha dicho que no va a cumplir. Lo mismo que con Hezbollah, la historia se repite porque no hay una acción internacional conjunta en contra del terrorismo que aparentemente sólo ataca a Israel, sin ver que es así sólo porque está más cerca. Israel es tierra del islam según los árabes, por ahora, para el fanatismo islámico el mundo está en sus planes.

Un nuevo gobierno habrá pronto en Israel que tendrá más legitimidad que el actual de Olmert y exigirá, como este gobierno, la liberación de Gilad Shalit antes de cualquier acuerdo, más el cese de los ataques. Pero no lo logrará si no hay una actitud monolítica del mundo entero en contra del terrorismo.

Quizá esté surgiendo una posibilidad si Estados Unidos llega a algún acuerdo con Rusia, si ésta deja de ayudar a Irán, por allí debería empezarse y todo caería como un dominó, pero eso está en sus comienzos. Mientras, el mundo entero habla de seguir regalándole dinero a Gaza como si fueran los únicos que sufren en este planeta, en realidad es una población que ha elegido a un gobierno que los hace sufrir, un caso para analizarlo sociológicamente.

En realidad lo que hace la población de Gaza y lo que proyecta hacer la comunidad internacional es digno de un urgente tratamiento psiquiátrico, Israel, como desde hace años, hace lo que puede para mantener la cordura.

Publicado por Ana. 04/03/09

lunes, 2 de marzo de 2009

Odiar a Israel está de moda

En los últimos años da la sensación de que en Barcelona, ciudad en la que vivo, odiar a Israel está de moda. Da igual si conoces en profundidad la actualidad del país, da igual si conoces sus características internas, da igual si conoces la historia del conflicto en los territorios ocupados, da igual si conoces la política de los otros países de la zona y su relación con el conflicto, da igual si alguna vez has leído o visto algo más allá de la foto de algún palestino herido. Con esto último ya es más que suficiente para que puedas opinar sobre Israel, y con mucho odio contra ese país, a ser posible.

Si sólo se tratara de los miles de jovencitos que se ponen los pañuelos palestinos sin tener ni la menor idea de lo que representan, toda la cuestión de esta moda no pasaría de ser una mera anécdota curiosa. Si solamente se tratara de opiniones al aire sobre temas que se desconocen, entonces ni siquiera sería algo digno de mención, ya que opinar sobre lo que se desconoce es algo muy frecuente hoy en día (como se puede comprobar en cualquier foro o agregador de noticias de la web 2.0, confundimos el "derecho" a opinar sobre cualquier cosa con el "deber" de hacerlo). Incluso cuando en una manifestación a favor de la paz en Gaza se ven banderas del independentismo catalán (¿qué tendrá que ver?) el tema puede ser tomado casi a risa. Cuando la gente sólo se manifiesta contra Israel, pero no contra la guerra del Congo -por ejemplo-, aunque allí muera mucha más gente, podemos simplemente achacarlo a la selectiva atención mediática a Oriente Medio. Sin embargo, cuando en dicha manifestación supuestamente pacifista se escuchan consignas a favor del grupo fundamentalista Hamás, se corean gritos de odio y hasta se exhiben armas (sólo de juguete, por suerte, aunque queda bien clara la actitud de algunos manifestantes) entonces el tema pasa a ser preocupante.

Actualmente tenemos a periodistas que son amenzados por expresar opiniones pro-israelíes (o a veces ni eso, sino simplemente opiniones no tan críticas con dicho país). Actualmente tenemos a un líder de izquierdas al que no le importa participar en una manifestación en la que se corean consignas violentas, se queman banderas y se expresa el apoyo a grupos terroristas. Esto lleva a una situación casi esquizofrénica, en la que de repente el apoyo a Israel (o la mera justificación verbal de su política exterior) se asocia con el hecho de ser fascista, cuando precisamente en España la dictadura de Franco expresó siempre un profundo anti-semitismo, impidiendo las relaciones diplomáticas y comerciales entre España e Israel. Incluso se oyeron el mes pasado voces que hablaban de cancelar el acto en conmemoración del Holocausto, aunque por suerte eso no ocurrió. Aun así, el tema se está poniendo muy tenso, y como consecuencia se puede notar un cierto crecimiento del antisemitismo. Permítanme que les cuente aquí algo del día a día en Barcelona.

Conozco personalmente a algunas personas que fueron a la citada manifestación, y sé perfectamente que jamás abren siquiera un mísero periódico
. Me imagino que tampoco leerán mucho sobre este tema el nenonazi descerebrado que atacó la histórica sinagoga medieval de la ciudad (un lugar de interés turístico en el que ni siquiera se practica el culto) hace algunas semanas. Casualmente, durante el mes de enero yo estuve haciendo un poco de turismo por lugares históricos de mi ciudad que aún no conocía, y la sinagoga medieval la visité justo un día antes de la citada agresión. Me molestó mucho pensar que no puedo visitar tranquilamente los lugares interesantes de Barcelona, sin preocuparme sobre si algún imbécil violento los va a relacionar con algún tema polémico de la actual situación internacional. Lo peor de esto es que no sólo los violentos irracionales son los que hacen ese tipo de asociaciones mentales desafortunadas.

Hace cosa de tres años estaba hablando con un amigo sobre algún tema de religiones, y le dije que yo era judío. Era mentira (no estoy bautizado en ninguna religión, y a nivel de creencias personales también soy profundamente ateo), pero siempre me hizo gracia la reacción de extrañeza de la mayoría de los españoles cuando les hago creer que están al lado de un judío (hay tan pocos aquí que es algo casi extravagante). El caso es que lo primero que me dijo fue "joder, qué chungo". Luego rectificó rápidamente (para indicar que su crítica iba hacia Israel -aunque también descubrí luego que no sabía mucho sobre Oriente Medio- y no hacia los judíos), pero su primera reacción -la que se hace sin pensar- me hizo notar claramente cómo relacionaba las ideas en su mente. Años después me encontraba hablando con alguien sobre lo ridículo que era echar la culpa a los judíos de todos los males del mundo (ya sabéis, las viejas teorías conspiratorias antisemitas que poco a poco van retomando fuerza) y la tercera persona presente (un hombre de cincuenta y tantos, educado e inteligente, con título universitario, que lee el periódico casi cada día) dijo "bueno, los judíos tienen la culpa de estar donde están". Luego también rectificó para redirigir la crítica hacia Israel, pero su primera frase me volvió a demostrar por dónde van las ideas de la gente antes de que piensen en lo que se debe decir para ser políticamente correcto.

Son sólo algunos ejemplos que demuestran claramente cómo el rechazo hacia Israel, mucha veces hecho desde la ignorancia, lleva directamente hacia el antisemitismo. Ahora mismo es indudable que odiar a Israel está de moda, entonces, ¿pronto descubriremos que estará de moda ser antisemita? Sería una pena, ya que Barcelona me parece en general una ciudad bastante abierta a lo extranjero. Hoy en día me encuentro cada día con mujeres que manifiestan su creencia en el Islam mediante el uso del "chador", e incluso he visto en varias ocasiones a religiosos musulmanes con ropas y barbas muy ortodoxas, sin que a nadie le llame la atención. Es algo que me gusta, porque manifiesta una situación de apertura a otras culturas muy saludable, que era impensable hace algunas décadas en este país. La pregunta con la que termino es, ¿podría salir por Barcelona un judío ortodoxo sin sucitar miradas de recelo? ¿Se podría asistir a una univesidad de Barcelona con la "kipá" puesta sin provocar reacciones negativas hoy en día? No sé si realmente quiero conocer la respuesta.


Este artículo fue escrito por Alan, autor de los blogs "Humor por Horas" y "NBA hispana". Alan también ha publicado dos libros de relatos online, "Zapping y otros cuentos" y "Piotr y los chuchufletes".

sábado, 28 de febrero de 2009

Límites de la libertad de expresión

Autor: Natan Lerner

Dos hechos totalmente diferentes tornan actual el difícil problema de los límites de la libertad de expresión cuando ésta afecta, o es susceptible de afectar, a comunidades religiosas o étnicas. La referencia es a la actividad de un negador sistemático del Holocausto, el obispo Richard Williamson, y al incidente del que fue protagonista el titular de un programa cómico del Canal 10 de la televisión de Israel que, al ridiculizar ciertos dogmas de la Iglesia cristiana, hirió los sentimientos de los cristianos del país. Contribuye a vincular los dos temas una declaración no muy feliz de los voceros del Canal, que arguye que el programa fue una ``reacción satírica'' a la negación del Holocausto por el obispo ``y a la decisión del Papa de restituirlo al seno de la Iglesia Católica`` (cito del texto publicado en ``Haaretz'' del 22 de febrero). El Vaticano, por su parte, condenó el programa que, en su opinión, fue una afrenta a la ``santidad de Jesús y María''. En la Galilea hubo manifestaciones de árabes cristianos condenando la burla y exigiendo medidas contra el actor, que presentó sus excusas, como lo hizo también la asesora legal del Canal implicado.
A otro nivel, en la Argentina, las autoridades decidieron expulsar del país al obispo cavernario, otorgándole un plazo de diez días para cumplir la sanción. Lo echan porque ``desnaturalizó su función y para el Gobierno argentino resulta intolerable la presencia irregular en el país de una persona que ha agraviado a la humanidad con manifestaciones antisemitas''. (``La Nación'', febrero 20).
Cabe subrayar que el Vaticano desautorizó las manifestaciones negacionistas del individuo y congeló las medidas para restablecer la posición de Williamson, miembro de la facción lefebvrista.
Hay una gran desproporción entre los incidentes, pero se trata de una cuestión delicada que requiere serio examen. La negación del Holocausto es hoy considerada un delito en muchas partes del mundo ya que entraña un intento de incitar contra los judíos.
Es grave en especial cuando lo comete un sacerdote que pretende ser parte legítima de la Iglesia católica. Su condena por el Papa es un hecho positivo. La decisión del Gobierno argentino de impedirle seguir conduciendo un seminario eclesiástico y de expulsarlo del país es loable y merece ser destacada.
El programa ``satírico'' es un incidente insignificante que no sé si trasciende de lo que está permitido por la ley pero que, a todas luces, es de mal gusto y puede herir sensibilidades. El Canal 10, al convertirlo en un acto de represalia contra la negación de la Shoá, agrega leña al fuego y jerarquiza una burla de mala calidad, dándole un peso político dudoso.
En definitiva, el problema serio es la tensión que existe, jurídica y moralmente, entre la libertad de expresión y las ofensas, más reales o menos reales, que a veces contiene esa libertad, por lo menos en su percepción por comunidades de fe.
Este tema adquirió gran actualidad internacional a consecuencia de la sensibilidad musulmana contra ciertas burlas, gráficas en especial, que indujeron al Islam a intentar promover legislación internacional contra lo que se calificó de ``difamación de religiones''. La mayoría que los musulmanes pueden reclutar con facilidad consiguió algunas resoluciones en órganos de las Naciones Unidas, y la organización internacional decidió convocar una reunión de doce expertos, entre los que tuve el honor de ser incluido, para examinar el choque que puede existir en la ley internacional entre la libertad de expresión y manifestaciones que pueden constituir incitación al odio contra grupos determinados, en este caso grupos religiosos.
Lo que debió ser una reunión limitada de un grupo de especialistas se convirtió en un acontecimiento político, y a la reunión, que se llevó a cabo en Ginebra en octubre último, asistieron representantes de muchos Gobiernos y de organizaciones no gubernamentales, que quisieron hacerse oir en relación con este tema, que tantas implicaciones de principio contiene.
En última instancia, los voceros de los países musulmanes parecen haber abandonado la demanda de legislación especial contra la difamación de religiones y conformarse con las disposiciones generales que el derecho internacional ha elaborado a fin de determinar cuando se puede limitar la libertad de expresión.
El Artículo 20 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos proporciona una pauta clara: ``Toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituye incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia estará prohibida por la ley'' reza el artículo, restringiendo así los alcances de la libertad de expresión, uno de los derechos fundamentales garantizados por el Pacto, que obliga virtualmente a todos los países del mundo.
Esta es la norma correcta. La libertad de expresión no es absoluta. Puede restringirse cuando implica manifestaciones de odio contra un grupo racial o religioso constituyendo incitación a la hostilidad o la violencia. No toda burla o crítica de una religión envuelve tales consecuencias, pero los límites entre lo permisible y lo prohibido no siempre son fáciles de determinar. No toda caricatura, toda sátira, toda burla, automáticamente justifica prohibición, represión o castigo. Es cuestión de sentido común y buen juicio poner freno a una libertad tan esencial como la de expresión. No parece haber lugar a duda de que la negación del Holocausto, hoy incriminada en muchos países, es un abuso de la libertad de expresión intolerable en una sociedad democrática. Burlarse de los dogmas de una religión puede a veces ser igualmente intolerable, pero no siempre. Es un resbaladizo terreno que requiere tino y delicado tratamiento. Cuanto menos se lo bagatelice más saludable será para la convivencia entre grupos humanos.
En el delicado tejido de las relaciones entre judíos y cristianos, cuanto menos se deje en manos ineptas decidir qué es burla y qué es incitación, menos fricciones innecesarias se producirán seguramente.

El antisemitismo se niega a desaparecer


Polémica. El gobierno argentino se mostró ambiguo ante las manifestaciones contra Israel en Buenos Aires.

Por James Neilson

En Londres, París, Madrid y en muchas otras ciudades europeas, son cada vez más los judíos que procuran no llamar la atención por miedo a ser víctimas de los ataques brutales de musulmanes militantes o pandillas de ultraizquierdistas que, por oportunismo y porque les encanta la violencia, se han aliado con movimientos tan extraordinariamente reaccionarios, y tan ferozmente xenófobos, como Hezbolá y Hamas. Pero el resurgimiento del antisemitismo genocida no se limita a Europa. También está cobrando fuerza en América. En las semanas últimas, desde Canadá hasta la Argentina se han celebrado manifestaciones ruidosas en que las protestas contra la invasión israelí de Gaza se vieron acompañadas por expresiones de odio hacia todos los judíos. En algunas, la turba coreó consignas espeluznantes: “Judíos a los hornos”, “Pronto habrá un holocausto auténtico”, “¡Hitler! ¡Hitler!”.

No extraño, pues, que se haya difundido en las comunidades judías de la diáspora la sensación de que, una vez más, está en marcha un proceso como el que culminó con la matanza sádica por parte de los nazis, con la colaboración entusiasta de muchas personas “normales”, de por lo menos seis millones de hombres, mujeres y niños por el mero hecho de ser judíos. En 1945, se popularizó el lema “Nunca más”; más de setenta años más tarde, se sabe que la historia puede repetirse. Como dijo hace poco el decano de los jueces de la Suprema Corte, Carlos Fayt, el antisemitismo “es un cáncer en el cerebro de la humanidad” al que “hay que arrancar definitivamente”. Tiene razón; puesto que ya ha entrado en la fase de metástasis es urgente operarlo.

Puede que en comparación con lo que está ocurriendo en países como el Reino Unido y Francia, el brote de antisemitismo que está produciéndose en la Argentina no sea tan grave, pero en vista de la incapacidad patente de las autoridades para garantizar un mínimo de seguridad es así y todo alarmante. Por cierto, no contribuyó a tranquilizar a nadie que la funcionaria formalmente a cargo de luchar contra la discriminación, María José Lubertino, se haya dado el gusto de insinuar que la furia antisemita se justificaba debido al accionar de Israel en Gaza, sin ni siquiera intentar cubrirse recordándonos que oponerse al sionismo no es forzosamente lo mismo que detestar a todos los judíos.

Tampoco ha ayudado la escasa reacción de buena parte del elenco estable político. Con la excepción notable del gobernador bonaerense Daniel Scioli, que sí se animó a subrayar su solidaridad con el pueblo judío, los dirigentes políticos nacionales han preferido mirar hacia otro lado, acaso por mantenerse alejados de un embrollo tan feo. En cuanto al gobierno kirchnerista, su actitud ha sido llamativamente ambigua. Mientras que el ministro de Justicia Aníbal Fernández minimizó el peligro y prometió una investigación, sigue fomentando el odio el piquetero oficialista Luis D’Elia, partidario notorio del régimen teocrático iraní que quiere borrar a Israel de la faz de la Tierra, y de Hugo Chávez. Demás está decir que el caudillo venezolano ha tenido mucho que ver con la recrudescencia reciente de antisemitismo en la región. Chávez mandó a sus seguidores un mensaje nada equívoco cuando, luego de romper relaciones diplomáticas con Israel, se negó a levantar un dedo para impedir que durante cuatro horas sujetos armados profanaran la sinagoga más importante de Caracas, embadurnándola con eslóganes hostiles al Estado judío. ¿Incidirá la conducta de Chávez en su “amistad” con Néstor Kirchner y su esposa, la presidenta Cristina? Es poco probable.

Aunque la irrupción del ejército de Israel en la Franja de Gaza brindó a los antisemitas un pretexto irresistible para redoblar su ofensiva contra los judíos, y para incorporar a sus filas a algunos que hasta entonces se habían sentido cohibidos por entender que en el mundo moderno el antisemitismo está fuera de moda, sólo se trataba de un pretexto. Se cuentan por docenas los conflictos armados actuales o recientes en que han muerto tantos civiles como en Gaza o más, muchos más, siempre en condiciones atroces, como los de Chechenia, Sri Lanka, el Sudán, el Congo y otros lugares en África. Pero ninguno ha motivado una reacción tan indignada en los países occidentales como los enfrentamientos entre los israelíes y quienes no ocultan su voluntad de masacrarlos a todos de la manera más cruel concebible. No se puede atribuir este fenómeno a la simpatía que siente toda persona decente por el destino trágico de los árabes palestinos; si, como ya ha ocurrido con cierta frecuencia, otros árabes se ensañan con ellos nadie sueña con salir a la calle para protestar. Tampoco ha desatado manifestaciones multitudinarias el genocidio en la región sudanesa de Darfur donde milicias respaldadas por un régimen islamista han asesinado a más de 300.000 negros que también son musulmanes.

Para que una acción militar merezca la condena universal, es necesario que los responsables sean israelíes. En tal caso, a nadie le importará si hacen todo cuanto puedan por reducir al mínimo la cantidad de bajas civiles, lo que no es nada fácil contra enemigos habituados a usarlos como escudos humanos y que, para más señas, aprovecharán la oportunidad para asesinar a disidentes acusándolos de ser colaboracionistas, agregando las muertes resultantes al total adjudicado a los israelíes. A juicio de una proporción al parecer creciente de occidentales, Israel será automáticamente culpable de los peores horrores de toda guerra o acción militar en que se vea involucrado. Conscientes de esta realidad, los líderes de Hamas, gente que se afirma enamorada de la muerte, no hizo ningún esfuerzo por proteger a los palestinos comunes. De ahí la “desproporción” entre sus bajas y las de los israelíes que han construido refugios antiaéreos en las ciudades que son periódicamente bombardeadas por los cohetes enemigos.

D urante el conflicto en Gaza, los que dicen simpatizar con los palestinos se dedicaron a trazar paralelos canallescos entre Israel y el Tercer Reich nazi a sabiendas de que herirían a todos los judíos, incluyendo a los contrarios al sionismo. Hablaron de “genocidio”, como si los israelíes se hubieran propuesto matar a todos los palestinos, y compararon Gaza con el gueto de Varsovia, pasando por alto, entre otras cosas, que la franja colinda con un país árabe, Egipto, que de haberlo querido pudo haber puesto a todos sus habitantes fuera del alcance de los soldados judíos. La voluntad evidente de muchos occidentales que en su mayoría se imaginan progresistas de equiparar Israel con la Alemania de Hitler no nos dice nada sobre lo que está sucediendo en Medio Oriente, pero es sintomática de los cambios mentales, por calificarlos de algún modo, que están dándose en ciertos círculos europeos muy influyentes. Además de querer liberarse de lo que todavía queda del sentimiento de culpa por haber permitido el Holocausto, asegurándose de que en última instancia los judíos, ellos, son igualmente malos, las élites europeas están dispuestas a ir a virtualmente cualquier extremo para congraciarse con un mundo musulmán turbulento y amenazador. Es tan fuerte la voluntad de convencerse de que la agresividad para nada disimulada de tantos dirigentes islámicos hacia Europa y, claro está, Estados Unidos, se debe por completo al conflicto árabe-israelí, que si la eventual destrucción de Israel sirviera para solucionarlo se trataría de un precio que muchos europeos no vacilarían un solo momento en pagar sin preocuparse en absoluto por las consecuencias. En efecto, la idea de que la creación de Israel fue un error histórico y que por lo tanto convendría corregirlo para alcanzar por fin la paz añorada está abriéndose camino en las capitales del bien llamado “viejo continente”.

Conforme a los sondeos de opinión, el país más antisemita de Europa es España, lo que a primera vista es un tanto paradójico porque si los islamistas lograran eliminar a Israel la recuperación de Andalucía encabezaría su lista de prioridades. Pero como nos enseñó la reacción de los españoles frente al atentado yihadista en Atocha del 11 de marzo del 2004 en que murieron dos centenares de personas, predomina en su país la idea de que la mejor forma de defenderse contra la ira de los guerreros santos consiste en hacer cuanto parezca necesario para apaciguarlos. También los israelíes han tratado de reconciliarse con los árabes, resignándose a convivir con un eventual Estado palestino, pero sus esfuerzos en tal sentido no les han servido para mucho.

Que éste haya sido el caso puede entenderse. Para el mundo musulmán, incluyendo a países tan alejados de Israel como Malasia, Pakistán e Irán, la mera existencia de una nación judía –es decir, una que es obra de una minoría largamente despreciada por su debilidad–, que es próspera, democrática y, lo que es más humillante todavía para pueblos orgullosos de sus tradiciones guerreras, militarmente poderosa, constituye un baldón insoportable. Por lo tanto, es muy escasa la posibilidad de que un día se llegue a un acuerdo de paz que ponga fin al conflicto. También lo es la de que pronto pierda fuerza la ola de antisemitismo que tanta angustia está causando en las comunidades judías de todos los países occidentales.

domingo, 22 de febrero de 2009

Tolerancia y Derechos Humanos en Israel


Alvaro Alba
Israel es una sociedad dinámica, democrática, multicultural y multiétnica. Es el único país del Medio Oriente en el que la modernidad ha entrado con la misma fuerza que en Europa, América Latina, África o Asia. El exilio del pueblo hebreo incluyó la palabra. Fue la lengua un elemento fundamental de la supervivencia y estímulo de superación en una nación que sabía leer en Europa Medieval cuando los reyes eran analfabetos. Tanta importancia se le concede a la palabra que el árabe es, junto al hebreo, lengua oficial del país. Las escuelas de magisterio tienen un departamento de árabe para preparar profesores. La Histadrut, la federación sindical israelí, tiene un instituto judeo-árabe con su publicación bilingüe, además de contar con la Casa de Escritores Árabes. Cuatro universidades hebreas enseñan idioma y literatura árabe: la Hebrea de Jerusalén, Haifa, Tel Aviv y Bar Ilán. En la Universidad Ben Gurion del Neguev es asignatura suplementaria. Autores árabes han pasado a formar parte de la vida cultural israelí y hace más de una década fue llevada al teatro “Romeo y Julieta” por actores judíos y árabes donde actuaban en los dos idiomas.

A Israel se peregrina de todas partes del mundo. El Aliyá, esa peregrinación que hacen los hebreos para ascender a Jerusalén puede comenzar en Europa Oriental, Rusia, Yemen, Irak, Etiopía, Estados Unidos, Sudan, Francia, Sudáfrica o Argentina. El éxodo moderno hebreo se resume en las operaciones Escape, Alfombra Mágica, Moisés, Esdras, Josué, Salomón. En Mayo de 1991 la comunidad judía etíope emigró en 34 aviones que transportaron en 36 horas a 14.325 personas. En un Boeing 747 volaron 1122 personas por estar bajos de peso y permitir aumentar el número de pasajeros, y dos bebés nacieron en el trayecto de Addis Abeba a Tel Aviv. Viven en Israel los otkaznik o refusnik, hebreos nacidos en la URSS que el Kremlin les negaba la salida del país. Natan Sharansky se convirtió en el más emblemático de ellos. ¿Es un privilegio de los hebreos el hacer el Aliyá? Las puertas de Israel se abren también para los necesitados, los perseguidos. En 1977 unos 200 vietnamitas del Sur, desplazados en el sureste asiático tras finalizar la guerra con Estados Unidos, recibieron asilo político por decisión del premier Benajim Begin. Desde el 2003 unos 10 mil refugiados africanos entraron ilegalmente a Israel. Unos 600 provenientes de la zona de Darfur, en Sudan han recibido el estatuto de refugiados. Vienen en busca de refugio los musulmanes sudaneses, todos africanos. Otros dos mil desplazados del conflicto entre Eritrea y Etiopía tienen residencia temporal por motivos humanitarios. Oficiales sirios han pedido asilo político en Israel y se les ha concedido.

En la posmodernidad uno de los grandes discursos es relacionado con el poder de las minorías o géneros. En Israel eso se traduce en la defensa de las minorías: sean de género, sexo o de raza. No hay otra sociedad en el Medio Oriente donde las minorías tengan tantos derechos como en Israel. A las mujeres no se les mutila genitalmente como sucede en las zonas rurales de Egipto, Libia, Omán o Yemen. Las mujeres casadas de Libia, Jordania, Marruecos, Egipto, Irak, Omán y Yemen urgen de un permiso del esposo para viajar al extranjero. En Jordania es para viajar por el país. En el tribunal de la Sharía el testimonio de un hombre vale por el de dos mujeres, y fue en mayo del 2008 que las mujeres en Kuwait pudieron votar en las elecciones. En Tel Aviv y Jerusalén se realizan cada año desfiles del orgullo gay, impensable en un país árabe. Basta decir que en los Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Yemen, Irán, Sudán y Mauritania, los gays son condenados a la pena de muerte, y en Pakistán o Afganistán con cárcel perpetua. Egipto, Etiopia, Maruecos o Libia con 20 años de prisión.

Desde los primeros meses de la independencia el legislativo israelí ha funcionado a cabalidad. El 25 de enero de 1949 se llevaron a cabo los primeros comicios. Desde entonces se eligen a 120 parlamentarios que representan a toda la nación, de manera proporcional. En las pasadas elecciones parlamentarias los árabes israelíes volvieron a estar representados en el legislativo y tres partidos: Lista Árabe Unida, Frente Democrático y la Asamblea Democrática Nacional obtuvieron entre ellas once escaños.

En Israel la pena de muerte fue abolida para delitos comunes en 1954. Sólo se permite en casos excepcionales y la última vez que se ejecutó a un individuo fue en 1962 y el ejecutado fue el OberStumbannfuhrer de las SS Adolf Eichmann. La primera ejecución por la ley palestina fue en Agosto de 1999, en Gaza y se fusilaron a dos hermanos policías, acusados de matar a otros dos hermanos por cuestiones de dinero. El Código penal palestino tiene hasta 19 tipificaciones de delitos por las cuales puede terminar lo mismo ante un pelotón de fusilamiento o en el patíbulo. Uno de los delitos puede ser el vender tierra o casa a un judío. Caso similar ocurrió en el 2007 en Hebrón. Esas son algunas de las diferencias democráticas de Israel con sus vecinos.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Siento envidia de Israel


Hace un tiempo escribí que el Estado de Israel quiso ser Atenas y lo obligan a portarse como Esparta. Mantengo ese criterio. Por Marcos Aguinis |*|

Antes de la independencia israelí los judíos asumían que desde Sión se irradiaría paz, luz y saber. Estaba aún lejos la soberanía sobre el terruño ancestral, pero durante la refertilización y reforestación que desencadenaron los pioneros en esa olvidada provincia del Imperio Otomano, también se establecieron instituciones académicas, científicas y artísticas. La lista de obras realizadas en pocas décadas es apabullante, porque incluye teatros, orquestas, institutos técnicos, una red de escuelas, centros de investigación, la universidad de Jerusalén, conservatorios, el museo Bezalel, huertas, granjas y fábricas. Consolidaron una mentalidad vinculada al trabajo y la creación mediante la erección de ciudades grandes y pequeñas, kibutzim y moshavim, desarrollo vial, excavaciones arqueológicas.
No me gusta ser apologista, pero hay hechos demasiado evidentes que se tratan de negar falazmente. Como argentino, envidio a Israel. Y lo digo, aunque suene a "políticamente incorrecto" en estos días de dolor, confusión y odio.

Israel fue uno de los hechos progresistas más notables del siglo XX. Extensiones desérticas se convirtieron en jardines. Fueron plantados bosques donde sólo había colinas peladas. Documentos del Foreing Office detallan las columnas de árabes provenientes de Egipto y Siria que inmigraron a la entonces Palestina bajo mandato británico para beneficiarse de la industriosidad sionista.

Pese a la ausencia de recursos naturales y la pobreza inicial, fue maciza la decisión de poner las bases de un Estado que fuese productivo, democrático, pluralista, con libertad de expresión, igualdad de la mujer y majestad de la justicia. Significaba una revolución en el Oriente Medio, que generó asombro y luego animosidad entre los sectores más quietistas de toda la región, incluidos los judíos ultra-ortodoxos que allí vivían desde hacía siglos. Por eso dirigentes regresivos como el Mufti de Jerusalén, viajaron a Berlín y Zagreb, para fotografiarse e inclinarse ante Hitler y Ante Pavelic, prometiéndoles liderar la "solución final" en Medio Oriente limpiándolo de judíos.

El reciente Israel arraigaba en la tradición de los profetas, pero también en la herencia que provenía de Atenas. Ben Gurión fue un lector incansable de los clásicos griegos. La ciudad de Pericles era un modelo que se articulaba con la tradición bíblica y talmúdica.

No obstante, pese a que se quería edificar algo semejante a la Atenas de Pericles, hubo que entrenarse para los combates, como los espartanos. Se debía lidiar con un océano hostil.

Entonces surgieron personajes bravíos como Leónidas. Se formó un ejército estrictamente popular, donde cada ciudadano debía poner el pecho para defender a su familia. Si no se era también Esparta, no se podía sostener Atenas. Era -sigue siendo- una cruel paradoja.

La mentalidad de Esparta, sin embargo, jamás asfixió la de Atenas. Después de la independencia (año 1948), pese al racionamiento por falta de víveres, y tener que recibir espectrales sobrevivientes del Holocausto -además de los 800 mil judíos expulsados de todos los países árabes como expresión de venganza por la derrota militar-, se fundaron más universidades, más teatros, más conservatorios, editoriales, periódicos, centros culturales, numerosos museos. Se realizaron descubrimientos de trascendencia en el campo de la biología, la agricultura, la genética, las comunicaciones, la química, la informática. Muchos israelíes recibieron reconocimientos internacionales, entre los cuales figuran varios premios Nobel.

En casi un siglo y medio de afiebrada actividad pionera, ese diminuto fragmento del globo terráqueo vibra con el espíritu de una resucitada y asombrosa Atenas, pese a que los vecinos y una parte enceguecida del mundo la quieren borrar del mapa y la obligan a portarse como Esparta.

García Granados, embajador guatemalteco ante la ONU durante la independencia de Israel, escribió que la legitimidad de este país arraigaba en su extraordinaria potencialidad constructiva y la notable autodefensa desplegada por sus ciudadanos. "Israel no fue un regalo, sino que ganó en buena ley su lugar entre las naciones". Su vocación no es la guerra, sino vivir en paz para seguir creando. Por eso, cuando Egipto aceptó la paz, Israel le devolvió hasta el último grano de arena del Sinaí, un territorio tres veces más grande que el suyo propio.

|*| Escritor. Autor de "La pasión según Carmela"

Fuente: La República.

martes, 17 de febrero de 2009

El futuro de las relaciones israeloamericanas en peligro


¿Nos dirigimos hacia un período de tensiones diplomáticas entre Israel y su aliado más fiel, Estados Unidos? Según una información publicada en la prensa israelí, la actitud de la nueva administración americana sobre algunos expedientes fundamentales tendría que comenzar a preocupar mucho a Jerusalén…

Primera posible causa de tensión entre Jerusalén y Washington: el nuevo mapa político después del escrutinio del pasado 10 de febrero. No se trata, naturalmente, de una injerencia directa en los asuntos internos de Israel.

No obstante, y no es un secreto para nadie, la administración Obama habría preferido que triunfase una mayoría más dispuesta a aceptar compromisos territoriales. El Secretariado de Estado habría comunicado la esperanza de Washington de ver un Gobierno de unión Likud-Kadima. Es lo que afirmó uno de los líderes del Likud.

La cuestión de los asentamientos israelíes en Judea-Samaria podría también desconcertar al próximo Gobierno israelí. Según algunas fuentes diplomáticas, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, tendría la intención de ejercer presión sobre Israel para obtener el cese total de la construcción de los asentamientos.

Sobre el expediente iraní, la preocupación israelí es manifiesta, debido al retraso por parte de la nueva administración americana, la cual debe definir una posición clara sobre el programa nuclear de Teherán. Jerusalén teme que la fase del diálogo con Irán, promovida por Washington, tome demasiado tiempo, y que el régimen de los Molahs lo aproveche para progresar hasta la obtención del arma nuclear. Según Jerusalén, en caso de fracaso de las negociaciones entre Washington y Teherán, las sanciones internacionales contra Irán deberían ser más severas.

Hay que señalar que después de Irán, la próxima etapa de la reconciliación americana pasa por Siria. La prueba, el senador demócrata John Kerry, jefe de la comisión senatorial de las relaciones extranjeras, viajará a Damasco la próxima semana.

Una visita en el momento justo, puesto que en el mismo momento, EE.UU ya habrá nombrado a un embajador en la capital siria. Una primicia desde que fue repatriado el último embajador en 2005, a raíz del asesinato del Primer Ministro libanés Rafic Hariri, en el que Siria había sido señalada con un dedo acuasdor.

Por fin, Israel teme un cambio de actitud de Estados Unidos sobre la segunda conferencia internacional contra el racismo, que se celebrará en Ginebra en el mes de abril. Los Consejeros del Presidente Obama intentan convencerle para que envíe delegados, a pesar del compromiso asumido por su antecesor, George W Bush, sobre el boicot americano de la conferencia, bautizada como “Durban 2”.

La primera conferencia internacional sobre el racismo; organizada por la ONU en 2001; había causado un verdadero desencadenamiento de declaraciones y manifestaciones antiisraelíes y antisemitas, lo que condujo a las delegaciones israelí y americana a abandonar la conferencia. Por ello el boicot de Durban 2, por parte de Washington, parecía hasta ahora garantizado.

El próximo Gobierno israelí, cualquiera que sea su composición y la identidad de su jefe, tendrá mucho por hacer para que las relaciones con el aliado americano sigan siendo tan positivas como durante estos últimos años.

Retrato del antisemita actual

Un análisis sobre el antisemitismo de hoy en día. Cómo se lo utiliza para argumentar en contra del Estado de Israel.

Se equivocan quienes aseguran que la extendida oposición a los demoledores bombardeos de Israel sobre Gaza equivale, en nuestro país, a un nuevo brote antisemita. Se esté o no de acuerdo con las manifestaciones contrarias al Estado de Israel, lo cierto es que en cualquier sociedad abierta siempre es posible expresar disconformidad con una política determinada, sea ésta nacional o internacional.


Sí, en cambio, es una inequívoca expresión de antisemitismo la brutal embestida que en muchas de tales manifestaciones se ha llevado a cabo contra los integrantes de la comunidad judía local. Es antisemitismo, y no otra cosa, la decisión de considerar ciudadanos israelíes a quienes, sin dejar de ser judíos, son ciudadanos argentinos.

Las bandas judeofóbicas locales promocionan la creencia de que, enmascarados en documentos de identidad nacional, los judíos que se dicen argentinos son, en realidad, siervos de Israel, a cuyas directivas responden sumisamente. Se trata, para ellas, de israelíes infiltrados en suelo argentino, a fin de menoscabarlo, poniendo en riesgo el bienestar y la seguridad del país.

Vieja retórica, por cierto, pero no por ello menos activa en un medio donde no abundan las tradiciones pluralistas. Así, por ejemplo, cuando fue volada la sede de la embajada de Israel en Buenos Aires, cundió en un primer momento, con un alto grado de credibilidad pública, la hipótesis alentada por voces "progresistas" que aseguraban que el ataque a la embajada no era obra del extremismo islámico con apoyo local, sino fruto de un involuntario autoatentado: la sede de esa representación diplomática habría estado colmada de explosivos. Por descuido, ese arsenal estalló y terminó con aquellos mismos que debían emplearlo contra sus enemigos. De tal forma y de paso, la Argentina quedaba envuelta, por culpa de "los judíos", en un conflicto bélico al que era totalmente ajena.

Esta concepción denigrante de los judíos argentinos permite homologar, en un mismo desprecio, a israelíes y judíos, confundiéndolos en una sola semblanza. Precisamente por eso es posible advertir que, al menos argumentalmente, el antisemitismo de hoy difiere del antisemitismo de ayer. En el pasado (digamos, hasta la creación del Estado de Israel, en 1948) al judío se lo rotulaba, desde el bastión antisemita construido en la Modernidad, ya no únicamente como deicida sino, ante todo, como apátrida y demoníacamente empeñado en la dominación del planeta.

Para el antisemita actual, en cambio, el judío ha dejado de ser apátrida. Ahora tiene patria y esa patria es Israel, aun cuando sostenga que es otra su nacionalidad. Resida donde resida, se escude detrás del pasaporte en el que se escude, lo único cierto, para el antisemita de nuestro tiempo, es que el judío, todo judío, es no sólo proisraelí sino israelí a secas. Por eso la condena en bloque de Israel equivaldrá siempre a la condena de los judíos sin más. El judío, en fin, es un intruso en las naciones donde se encuentra y corresponde denunciarlo como tal.

Bien se sabe que donde reina el prejuicio discriminatorio poco importan, a quienes lo hacen suyo, los hechos que desmientan su pretendida validez.

Mucho se ha escrito -y certeramente- sobre las raíces del antisemitismo. El fenómeno cuenta en su haber con una abultada vigencia: 2600 años por lo menos, a lo largo de los cuales sus estrategias discursivas han variado sin perder por ello clientela ni intensidad. Lo prueban, además de otros previos, los episodios recientes que han tenido lugar en la Argentina.

Un país como el nuestro, donde el ejercicio de la política es, con demasiada frecuencia, un despliegue impúdico de intolerancia y esquematismo, donde no existen adversarios sino enemigos y que prefiere las consignas a las ideas, debería entender como un síntoma de su propia pobreza moral, cultural y psíquica las conductas discriminatorias y reduccionistas de su tropa judeofóbica. La responsabilidad primera de un gobierno que se pretende democrático es condenar sus exteriorizaciones públicas. Si no lo hace, concede, por omisión, legitimidad al racismo y fuerza operativa a la irracionalidad de sus planteos. De hecho, los ex funcionarios del oficialismo que operan como antisemitas confesos no encontraron ninguna barrera legal al desarrollo de sus festines judeofóbicos. La impunidad que los protege es, al unísono, la que los ceba y les garantiza condiciones propicias para que puedan cumplir, sin acotamiento policial, con su propósito delictivo.

Partiendo de las premisas siniestras que distinguen su concepción del judaísmo y los judíos, atentados criminales como el sufrido por la AMIA, hace tres lustros, pueden entonces ser caracterizados, por los abanderados del antisemitismo local no como acciones terroristas consumadas contra el país, sino contra una comunidad extranjera enquistada en él y por cuya desgraciada presencia entre nosotros ha pagado nuestra patria con vidas "inocentes" (es decir, no judías). Así, los judíos proyectan sobre el escenario nacional conflictos que no le atañen, pero que terminan afectando hondamente la tranquilidad y la seguridad de la nación. El triunfo fundamental logrado por el antisemitismo iraní en el caso de lo ocurrido en la AMIA -y del cual, desde hace años, es vocero entusiasta el presidente Mahmoud Ahmadinejad- no sólo consistió en haber logrado convertir en escombros esa institución emblemática. A ese triunfo criminal hay que sumarle otro no menos grave: el político e ideológico, que consiste en haber conseguido que buena parte de la sociedad argentina, aun en sus sectores mejor formados e informados, creyera en ese momento, y siga creyéndolo quince años después, que ese emprendimiento miserable no fue ejecutado contra la República Argentina, sino contra la comunidad judía.

Es imprescindible advertir que los atentados contra las comunidades judías concebidas como cuerpos extraños a las sociedades que integran podrían multiplicarse en un futuro próximo, estimulados por el curso que ha tomado el conflicto de Medio Oriente. No se trata de una conjetura personal, sino de una amenaza explícita formulada por representantes de varios grupos fundamentalistas y terroristas. Ante las dificultades que encuentran para doblegar militarmente a Israel, optarían, como en el pasado reciente al que acabo de referirme, por otros escenarios mundiales en los que, gracias a la labor preparatoria que en ellos realiza el antisemitismo, se encuentra afianzada la homologación entre judíos e israelíes. En el afán de volcar la opinión pública internacional a favor de su causa y en contra de Israel, el extremismo islámico puede contar, casi con seguridad, con que la lectura que muchos harán de esos atentados venideros encontrará respaldo, en muy buena medida, en esa homologación tan cara al antisemitismo actual.

El esfuerzo por superar ese prejuicio atroz y sus efectos no puede sino estar inscripto en el marco de la lucha que, desde la educación y la ley, debe emprenderse contra las discriminaciones de toda índole.

Ciertamente, el judío es, desde hace mucho, blanco constante de la intolerancia. Pero, junto con la suya, hay otras figuras igualmente condenadas por el desprecio: la de la mujer, la del negro, la del creyente que ejerce su fe de un modo distinto del nuestro. Súmese a ellas la figura del homosexual, la del trabajador explotado, la del excluido social, la del indígena. Y a éstas, la de pueblos como el palestino, cuyo derecho a contar con un Estado propio no sólo se ve trabado por su interminable conflicto con Israel, sino también por la hipocresía de muchos dirigentes árabes y por la instrumentación perversa que de su aflicción y de su causa hace el terrorismo islámico, dispuesto a seguir utilizándolo como rehén y carne de cañón en su ciego afán de terminar con la existencia de Israel.

lunes, 16 de febrero de 2009

El fin del Sí pero No


Desde Israel, Alberto Mazor analiza con preocupación la realidad política luego de la Guerra en Gaza y de los últimos comicios.


Autor: Alberto Mazor

Si una imagen simboliza más que mil palabras el resultado de las recientes elecciones legislativas israelíes, esa es la del rabino Michael Ben Arí, nuevo diputado del partido Unión Nacional - dilecto alumno del xenófobo Meir Kahane, cuya facción fuera declarada ilegal por la Corte Suprema – entrando al parlamento, mientras la diputada Zehava Gal-On, del partido de izquierda Meretz, tenaz luchadora por la paz y los derechos humanos, abandona su banca en la Knésset.
Los enormes interrogantes y los complicados problemas desencadenados por los resultados de las últimas elecciones recién comienzan. Es verdad que la jefatura del próximo gobierno tendrá profundas implicaciones en las relaciones palestino-israelíes pero, fundamentalmente, las consecuencias más preocupantes para los futuros dirigentes del Estado judío deben ser las que se están sufriendo dentro de la misma sociedad israelí.
Diferentes conceptos como sionismo o patriotismo, casi no discutidos popularmente desde la creación del Estado, han sido utilizados de modo extremadamente irresponsable y oportunista por varias facciones políticas. Ello ha generado una gran confusión en la que se encuentran sumergidos casi todos los ciudadanos de Israel, una confusión que se resume en muchos casos a banales luchas de bloques, luchas sin límites, que quizás sean lógicas únicamente en un estado que durante la mayor parte de su existencia se ha dado el lujo de determinar unilateralmente sus límites.
Durante cuarenta años una gran brecha se ha abierto entre los bloques denominados "nacionalistas" y "pacifistas". Una distancia que se ve acentuada en estos días. La desconexión entre los diferentes sectores de la sociedad israelí es cada vez más notable y muchas veces se escuda bajo cobardes retóricas que apelan al uso del concepto de "sionismo".
Theodor Herzl, el padre el sionismo politico, nunca habló de conquistas, no escribió sobre opresión, ni apoyó la violación de derechos humanos. Herzl no aspiraba a transferir poblaciones, sólo deseaba un Estado judío para un pueblo sin estado y perseguido. La realización del ideal sionista en su máxima expresión requiere un estado que pueda convivir con sus vecinos. El sueño de Herzl consistía en crear un hogar nacional seguro para todos los judíos del mundo.
Si bien el sionismo a lo largo de la historia siempre encontró la forma de avanzar práctica y realmente, los conflictos con los vecinos árabes y sus malas interpretaciones, hicieron dudar muchas veces sobre las verdaderas intenciones del mismo. Cabe recordar la conflictiva resolución de la ONU que determinó que el sionismo era una forma de racismo.
El sionismo no consiste en incentivar ocupación, opresión, expansión y conflictos internacionales, la idea original de este movimiento político simplemente deseaba crear una sociedad progresista basada en valores judaicos que pudiera vivir y prosperar sustancial y espiritualmente. El sionismo pragmático aceptó la realidad de que no judíos vivirían dentro del Estado de Israel, siendo este un factor fundamental para preservar el carácter democrático del mismo. Esta realidad está expresada y defendida en el Acta de Independencia, una declaración ejemplar que debería servir para recordar a diario en qué principios y valores está basado el Estado.
La ocupación y colonización de los territorios luego de la Guerra de los Seis Días, más que sionismo realizador, fue un asesinato del propio ideal, no sólo desde el punto de vista demográfico que demuestra la catástrofe que ello significa para el carácter judío del Estado de Israel, sino principalmente desde el punto de vista moral y ético, que los judíos deberíamos comprender mejor que nadie.
No podemos dejarnos confundir con las malversaciones que se han realizado sobre el concepto de sionismo, principalmente desde 1967. La firma de tratados de paz con Egipto y Jordania, los acuerdos con la OLP y la Autoridad Palestina y el abandono de territorios ocupados son actos sionistas. Es talvez la mejor forma de salvar el verdadero ideal sionista de un Estado judío que respete dentro de sus límites los derechos de todas las minorías. Pero tampoco nos dejemos engañar; es sólo un comienzo y no una solución; dependerá de los líderes del Estado y de la mayoría de sus ciudadanos que ello no sea el comienzo del fin.
La arena política israelí se encuentra claramente dividida en dos amplios sectores que representan una clásica diferencia entre derecha e izquierda, principalmente delineada por posiciones opuestas en lo que respecta a los conflictos árabe-israelí e israelí-palestino. Ambos bloques no presentan diferencias significativas en los ámbitos socio-económicos como estamos acostumbrados a observar en las democracias occidentales.
Definitivamente el único tema que diferenció a la izquierda y la derecha israelí en los últimos años, y especialmente desde la firma de los Acuerdos de Oslo, fueron las posiciones tomadas en lo que respecta a la paz con los árabes, aunque no podemos ocultar los hechos: si bien el sector político de centro-izquierda fue más propicio a sentarse en una mesa de negociaciones con los enemigos de Israel, los años durante los cuales más se ampliaron los asentamientos y colonias judías en los territorios ocupados fueron aquellos inmediatamente posteriores a la firma de los Acuerdos de Oslo, bajo supuestos gobiernos anti-imperialistas de izquierda. Como se puede ver, el desorden ideológico y moral en lo que respecta a este tema reinó en ambos lados del mapa político israelí. Los catastróficos resultados de la izquierda israelí en los recientes comicios son el reflejo más claro de la confusa fórmula del "Sí pero No".
Cabe recordar que el accionar unilateralista, sin ningún acuerdo de paz, adoptado por Ariel Sharón, fue la base de la campaña del laborismo en las elecciones de 2003, una idea a la que el mismo Sharón se oponía. Entre otros motivos, fue por dicha oposición que Sharón llegó al gobierno. Durante los últimos años mucho ha cambiado en la región: Sharón salió de Gaza y de la vida política, coaliciones gubernamentales cambiaron de dirigentes, el terror de Hamás y Hezbollah convirtieron en realidad los slogans de pánico utilizados por la derecha nacionalista y religiosa, la segunda Guerra del Líbano y el reciente operativo en Gaza dejaron sus secuelas, pero con todo, siempre era posible encontrar al laborismo en un gobierno de coalición nacional apoyando a un ex líder de derecha desaprobado por la derecha tradicional.
Muchos de los mitos ideológicos que sustentaban a la sociedad israelí cayeron y, como consecuencia, hoy podemos observar una imagen, que para quien conoce la historia política del país, parece ser ciencia ficción en su máxima expresión: Tzipi Livni es apoyada por la izquierda. ¿Quién hubiera apostado a que ciudadanos allegados a movimientos pacifistas, socialistas y pro derechos humanos serían aquellos que al fin de cuentas se verían amparados en el partido Kadima y constituirían su principal fuerza de apoyo popular?
Kadima, cuyos principales dirigentes pasan horas en las cortes judiciales o en interminables interrogatorios bajo sospecha de corrupción, fue rechazado por la derecha nacionalista y apoyado por la izquierda pacifista ocupada más que nada en acciones meramente declarativas a nivel internacional como la Iniciativa de Ginebra y de impedir a cualquier precio - incluído el suicidio colectivo - la formación de un gobierno ultra reaccionario. Este insólito romance entre la izquierda israelí y varios de los ex líderes de derecha, responsables en gran manera de la ocupación y colonización en los territorios, presenta grandes interrogantes sobre el rol de los tradicionales dirigentes de la izquierda, especialmente del laborismo.
No hay duda de que en las recientes elecciones generales el voto de la mayoría de los israelíes estuvo incentivado por cuestiones relacionadas con la política exterior y la seguridad. De acuerdo a un sondeo realizado en estos días por el Centro para el Estudio de la Paz de la Universidad de Tel Aviv, el 58% de los israelíes de origen judío apoyan la creación de un Estado palestino independiente, bajo el contexto de un acuerdo de paz. Pero la mayoría de los israelíes no creen que los palestinos estarían dispuestos a aceptar la existencia del Estado de Israel.
Esta discrepancia, que puede ser explicada por la excusa que dio el Ministro de Seguridad, Ehud Barak, a partir del fracaso de las negociaciones de Camp David en julio del 2000, también explica la caída electoral del laborismo y la izquierda sionista desde aquel momento. Durante la rueda de negociaciones de paz en julio del 2000, el entonces presidente palestino, Yasser Arafat, se negó a declarar el fin del conflicto sin que se resolviera la cuestión de los refugiados palestinos. En declaraciones posteriores a este encuentro, Barak - entonces primer ministro israelí - acusó al líder palestino del fracaso y de renunciar a una resolución pacífica del conflicto.
Los dirigentes políticos e intelectuales de la izquierda sionista y de las organizaciones por la paz, si bien tenían un análisis más sofisticado de la realidad, prefirieron hacer eco al razonamiento propuesto por Barak. Para el público israelí ello significaba que las fuerzas que hasta el momento habían impulsado el proceso de paz reconocían el fracaso.
Las implicaciones de la forma en la que fracasaron los Acuerdos de Camp David fueron trágicas. A finales de septiembre del mismo año comenzó la segunda Intifada – que condujo a la subida de Hamás y a una extrema escalada del terror islámico - perdiéndose, hasta el día de hoy, toda esperanza de que el conflicto se llegue solucionar. Las políticas aplicadas por Barak significaron también la derrota histórica e ideológica de la izquierda sionista que desde ese mismo momento no ha hecho más que deteriorarse.
De acuerdo con la encuesta de la Universidad de Tel Aviv, el 35% de los israelíes creen que un gobierno liderado por Netanyahu podrá llevar adelante el proceso de paz y defender los intereses israelíes mientras que un 25% piensan que un gabinete dirigido por Livni conseguirá llevar con éxito el proceso; apenas un 6% creen que la izquierda israelí podría llevar adelante una política de paz. Un reflejo exacto de los resultados electorales.
Estos datos son consecuentes con la historia parlamentaria de la izquierda sionista de los últimos diez años. En las elecciones de mayo de 1999 el Partido Laborista y Meretz habían conseguido 36 diputados; en las elecciones de enero de 2003, 25; en las de marzo de 2006, 24 y en las recientes, 16. El deterioro resulta realmente catastrófico si recordamos que en los comicios de junio de 1992, con la llegada de Rabín al poder, el Partido Laborista y Meretz habían recibido 56 diputados y que junto con Hadash, la lista electoral no-sionista encabezada por el partido comunista israelí, tenían mayoría absoluta en la Knesset.
Las conclusiones son simples. Para la sociedad israelí, la forma en la cual el proyecto de paz del laborismo y la izquierda sionista fue llevado a cabo, ha fracasado, llevando consigo a los partidos políticos que la habían impulsado. Puesta a elegir, a pesar de mostrarse a favor del establecimiento de un Estado palestino, la opinión pública israelí ya no tiene confianza en el proceso de paz. La población judía en Israel optó por una coalición de ultra derecha liderada por Netanyahu, que ahora puede formar un gobierno de amplia mayoría con los partidos nacionalistas y los judíos ortodoxos.
David Ben Gurión solía decir: "Yo no sé lo que el pueblo quiere; yo sé lo que el pueblo necesita". En estas elecciones quedó demostrado que la política de titubear constantemente ante acciones ilegales sólo para satisfacer intereses inmediatos de poder, o la confusa filosofía del "Sí pero No", a la larga se cobran su precio.
El grave problema en Oriente Medio es que el precio siempre se paga con sangre.

Ser judío en el siglo XXI

Por: Leon Trahtemberg

Cada vez más parecería que ser judío en el siglo XXI en Europa –y progresivamente en todo el resto del planeta- repetirá lo que significaba ser judío entre los siglos XI y XVII en Europa, cuando estaban en plena vigencia las cruzadas, la inquisición y las expulsiones. Para entenderlo basta convertir algunos términos de antaño a los códigos de la modernidad.

Ya no se trata de que los judíos usen algún distintivo, sino más bien intimidarlos para que no lo usen. Ya no se trata de convertirlos al cristianismo para salvarse, sino al antisionismo. Ya no se trata de prohibir su acceso a las universidades, sino de convertirlos en una minoría oprimida por catedráticos que adoptaron el credo y financiamiento islámico. Ya no se trata de tergiversar el sentido de sus celebraciones religiosas más tradicionales como Pesaj, aduciendo que era la oportunidad para cometer crímenes rituales contra los niños cristianos para extraerles la sangre que se usaría para preparar el pan ázimo (matza). Ahora se trata de tergiversar el sentido de las conmemoraciones nacionales como Yom Haatzmaut (independencia de Israel) y el Holocausto (genocidio judío a manos nazis). Al primero se le asocia el término árabe Nakba (cataclismo palestino) y al segundo se alude para referirse al holocausto palestino (a manos de Israel).

Los escritos de la época en Europa eran expresamente antisemitas, en cambio ahora son anti-israelíes, aunque usando los mismos estereotipos del judío inteligente pero perverso, explotador, inmoral y con pretensiones de dominio del mundo que eran usuales en aquellas épocas. Hablar mal de los judíos era lo corriente en todas las clases sociales al igual que se hace hoy en relación a judíos e israelíes.

Aprovechar del talento de los judíos de modo discreto (los médicos y judíos financistas de las cortes) pero sin dejar de atacarlos en público, significa hoy en día en Europa que sus líderes aprovechen la ciencia y tecnología israelíes, inclusive la militar y el know-how del Mosad, pero en secreto, sin dejar de atacarlos en público, porque es lo políticamente correcto sobre todo en países donde hay una fuerte presencia musulmana… Podría seguir, pero es suficiente.

¿Qué opción tenían los judíos de la edad media? Convertirse, emigrar o quedarse en su país como objeto de agresión o víctima de algún pogrom colectivo o asesinato individual. Algo no tan lejos a lo que les ha tocado vivir a los judíos que vivían en los países árabes desde la independencia de Israel, y que están viviendo hoy los judíos de Europa (podríamos incluir a los venezolanos). La pregunta a los dirigentes judíos mundiales y en especial de cada comunidad es ¿están preparados para este reto? ¿Está educada su juventud para sostenerse con la frente en alto frente a esta avalancha antijudía con el disfraz antisionista?

Cuando vemos dirigentes que agachan la cabeza, se resignan a su suerte, esperan pasivamente que por la mano de Dios o la vocación democrática y tolerante de algunos gentiles respetuosos de las identidades personales pase el temporal (hasta el nuevo round), tenemos que preocuparnos. Cuando vemos jóvenes y adultos ignorantes en temas judíos e israelíes tomar distancias del sionismo, de Israel, someterse a la propaganda palestina amplificada por la mayoría de las agencias noticiosas europeas que colaboran con ella, debemos preocuparnos. Cuando vemos judíos escondiendo su identidad, identificándose con el agresor, atacando a Israel en los momentos en que sus enemigos animan su destrucción, tenemos que preocuparnos. Cuando vemos a intelectuales y líderes empresariales o gremiales brillar por su ausencia en el tratamiento del tema israelí, para no mancharse en un tema complejo e impopular, tenemos que preocuparnos.

¿Cómo a partir de un liderazgo de estas características se va a cultivar una nueva generación de judíos orgullosos de su identidad, activos en su comunidad, presentes en la vida pública sin ocultar su apellido y su origen? ¿Saber recitar los rezos o donar dinero para las causas judías los exime de dar la batalla por Israel, que es la batalla por los derechos judíos?

Afortunadamente hay muchos judíos dignos en los más diversos roles y posturas ideológicas y religiosas que dan la cara y se compran el pleito, cumpliendo el sagrado precepto de velar por la continuidad del pueblo judío, hasta la llegada del Mesías o de la democracia mundial. La pregunta es si en el futuro cercano aún contaremos con la masa crítica de judíos capaces de sostener al pueblo frente a estos retos, o si paulatinamente ésta seguirá diluyéndose como la capa de ozono que en varios lugares del mundo ya no puede impedir la mortal radiación.

Por ahora, Israel pone una fuerte porción de esa masa crítica, que protege aún a los judíos críticos de Israel. Pero si las comunidades judías no hacen su tarea, el calentamiento antisemita global derretirá también a las heladas comunidades anquilosadas y pasivas.

En ese sentido, las intifadas y los ataques de Hizballah y Hamas a Israel deben ser leídos no solo en el terreno de las explosiones antisionistas y antisemitas, sino también en el de la educación y las políticas comunitarias judías.