miércoles, 4 de marzo de 2009

LA LEGITIMIDAD DE ISRAEL


Desde que en 1948, contra todas las previsiones de estrategas militares, expertos diplomáticos y pedantes formadores de opinión, Israel no se dejó arrojar al mar, el Estado judío tiene problemas de imagen y de legitimidad.

A menos de una década de su establecimiento ya estaba estigmatizado por la Unión Soviética y tercermundistas de diversa filiación como “avanzadilla del imperialismo”, mientras el régimen de Nasser y los dos partidos “baathistas” de Siria e Irak recibían el rótulo de “progresistas”.

Cuando Nasser cerró el Estrecho de Tirán y obligó el retiro de las fuerzas de la ONU en vísperas de lo que fue la Guerra de los Seis Días, el Presidente francés Charles De Gaulle declaró agresores a los israelíes y tuvo su frase famosa “pueblo seguro de sí mismo y dominador”.

Vino después el abyecto aquelarre en la ONU cuando se declaró racista al sionismo. El Siglo XX necesitaba su libelo de sangre y lo tuvo en el más alto nivel internacional.

Atacado en medio del Yom Kipur, Israel -perdidoso al principio- tuvo la osadía de recuperarse y expulsar al enemigo hacia su territorio. Israel se defendió y resultó victorioso en guerras que, de haber sido derrotado en una, habría dejado de existir. Recibió más de medio millón de judíos perseguidos y saqueados en el mundo árabe y en lugar de conservarlos como refugiados los transformó en ciudadanos. Además Israel no entrena a sus niños y adolescentes en la estrategia del fanatismo antiárabe, del terror y del desprecio a la vida humana. Tampoco pertenece a ningún bloque regional, no tiene veintiún estados hermanos ni más de cincuenta que practiquen su misma religión.

Sin duda, todas estas circunstancias no contribuyen a pulir la imagen israelí. Más de veinte mil soldados y civiles muertos en las guerras que se le impusieron y en atentados terroristas, son “poca” sangre derramada. Haberse defendido con eficacia un “pecado” mayor. No haber mantenido y expuesto a sus propios refugiados en la miseria, un demérito para atraer la compasión universal. Y lo peor de todo, Israel prefiere mantenerse firme e incomprendido, antes que destruido y consolado en su desgracia.

La actual pulsión anti-israelí del mundo mediático y de la opinión pública, que conlleva espasmos de antisemitismo con “honrada conciencia”, está plagada de tergiversaciones e hipocresías. Hay un par de groseras mentiras que han sido adoptadas con entusiasmo digno de mejor causa por la “non sancta alianza” de agitadores propalestinos, energúmenos neonazis, izquierdistas llenos de odio por el hundimiento del mundo comunista e intelectuales y políticos -sobre todo europeos- que se solazan vilipendiando a Israel, rasgándose las vestiduras en nombre del derecho internacional y de los Derechos Humanos mientras protestan de no ser antisemitas.

Mentira número uno: Israel es un Estado extranjero en el Cercano Oriente.

Mentira número dos: Israel invadió a Palestina.

Si estas mentiras tuvieran un ápice de verdad, todo lo que se denomina civilización occidental caería por su base y literalmente no existiría. La carta constitucional del pueblo judío es el Tanaj, la Biblia que el mundo civilizado considera como la fuente primigenia de legitimidad, cultura y moral.

Mil años antes del nacimiento del judío Jesús de Nazareth y más de 1600 años de que surgiera el Islam en el desierto de Arabia, David y Salomón ya reinaban como gobernantes de un Estado judío en Eretz Israel y nunca, en ninguna época, hubo en dicha tierra un Estado autóctono que no fuera judío. Hubo sí invasiones imperialistas que destruyeron la independencia hebrea durante largos interregnos, sin que los judíos jamás renunciaran a reivindicar sus derechos sobre su tierra ni dejaran de habitarla por un solo día.

La legitimidad del Estado de Israel, refundado en 1948 en Eretz Israel (conocida entonces como Palestina y el país de los judíos) se basa en incontestables fundamentos de orden religioso, histórico, cultural, jurídico y político.

Todo el Tanaj, a partir de la concesión superior contenida en la Torah, da fe de la propiedad judía de Eretz Israel, espacio territorial en que se formó la personalidad del pueblo judío, se desarrolló la experiencia monoteísta y se dieron al mundo los principios fundamentales del derecho y de la ética, sin los cuales la humanidad estaría en tinieblas. Fue en ese pequeño territorio, pero lleno de santidad y profecía, que los judíos se propusieron irradiar luz para las naciones, misión que cumplieron cabalmente en las más diversas esferas y que tan ingratamente les fuera recompensada.

Toda la historia universal habla de pueblos que van y vienen, pero los judíos permanecen y siempre en la dirección de Eretz Israel, sin cuya centralidad su legado espiritual sería incomprensible.

En el mundo contemporáneo la política y el derecho han construido el paradigma de la autodeterminación de los pueblos y en la ONU se reconocen 192 naciones, entre ellas 57 islámicas y 21 árabes. A un solo Estado se le pretende discutir su legitimidad, al Estado del pueblo del Tanaj. Sin embargo, se trata de un vano propósito que solo esconde la frustración de los que tienen que resignarse a no poder destruir militarmente a Israel. Nadie le hace un favor al Estado judío por reconocer su derecho a la existencia, ni nadie puede afectarla por desconocerlo. Israel se funda por la decisión del pueblo judío y la justicia de su causa, amparado no sólo por la promesa bíblica, por la historia, por la cultura y por decisiones relevantes del derecho internacional, sino por su propio derecho natural a ser un Estado en la tierra de su origen y constitución.

En el mundo del revés de la media y de la política actuales, destruir las Torres Gemelas, atentar contra la Estación de Atocha o colocar bombas en Londres es siempre terrorismo de la peor calaña. En cambio enviar bombas humanas para masacrar israelíes en confiterías, discos, ómnibus escolares, paradas de transporte y otros lugares de aglomeración pública, “no es terrorismo, es resistencia”. Lanzar miles de cohetes contra la población civil del sur de Israel, “lucha”.

Tamaña aberración sólo se explica porque el desacreditado antisemitismo post Segunda Guerra Mundial ha encontrado por fin su válvula de escape: el antiisraelismo. Hoy Israel es entre los Estados lo que los judíos fueron durante siglos entre los pueblos y es objeto de idénticas calumnias y libelos.

Que los judíos somos los únicos aliados fieles con que Israel puede contar ya no es una mera frase retórica. Hoy más que nunca la misión de las comunidades judías en el mundo es levantarse en apoyo de Israel, repudiando y desenmascarando las difamaciones e infundios de que es víctima. La confrontación es en esencia un choque de voluntades y la primera parte que se desmoraliza pierde. Es por esta razón que profundizar la conciencia judía en nuestras comunidades se ha vuelto hoy más que nunca una tarea urgente. Con fe en nuestro destino, el pueblo y el Estado judío ganarán también esta batalla, que es la batalla no solo de Israel, porque en esta lucha se juega al mismo tiempo el honor y la seguridad de las comunidades judías del mundo entero.

(*) Prof. Manuel Tenenbaum es asesor del Congreso Judío Latinoamericano, institución que dirigió durante más de 30 años.

FUENTE: RADIO JAI
FUENTE: CONGRESO JUDÍO LATINOAMERICANO