sábado, 28 de febrero de 2009

Acab, rey de Israel

Autor: David Mandel

Acab, el séptimo rey de Israel, reinó durante veintidós años, en el siglo IX a.e.c. Durante su reinado disfrutó de paz con Yehudá, el reino hermano del sur y con los fenicios en el norte, pero en el este tuvo varias guerras con Siria. Embelleció su capital, Samaria, donde construyó un palacio decorado con marfil. Fortificó ciudades y reconstruyó Jericó.
Bajo la influencia de su esposa Jezabel, una princesa fenicia, construyó un templo para el dios pagano Baal en Samaria. El profeta Elías, tenaz opositor al culto de Baal, anunció que Dios castigaría al país con sequía, y escapó para evitar ser matado por Jezabel.
La sequía causó una gran hambruna en Samaria. En el tercer año de la sequía, Acab envió a Obadia, el gobernador del palacio real, hombre creyente en Dios, que había arriesgado su vida escondiendo en una cueva a cien profetas del Señor a buscar lugares de pastoreo para alimentar a los caballos y a las mulas.
Obadia se encontró con Elías, quien le pidió que anuncie al rey que había regresado a Israel. Acab, informado por Obadia, fue a hablar con Elías y lo acusó de causar problemas. Elías le respondió que quienes causaban problemas eran Acab y su padre por haber renegado de Dios y adorar al ídolo Baal.
Elías exigió una confrontación con los cientos de profetas de Baal que estaban bajo la protección de la reina Jezabel. El rey accedió. Los sacerdotes extranjeros no lograron prender fuego a la leña que estaba en el altar del dios Baal, y la muchedumbre, incitada por Elías, los llevó a un arroyo, donde Elías los degolló.
La sequía terminó repentinamente en una gran tormenta. Acab montó su carruaje bajo una fuerte lluvia, y el profeta Elías corrió adelante del rey todo el camino hasta Jezreel.
La reina Jezabel, furiosa por la muerte de sus profetas, amenazó con matar a Elías. El profeta huyó a Beer Sheva.
El rey Benhadad de Siria invadió Israel. Sitió la ciudad de Samaria y exigió de Acab que le entregue todo su oro, plata, esposas e hijos. Acab decidió luchar contra las fuerzas invasoras y atacó por sorpresa a las tropas sirias, derrotándolas. Benhadad logró escapar y regresó a su país. Un año más tarde atacó nuevamente, y esta vez, no sólo fue derrotado sino también capturado. Acab lo trató con benevolencia y firmó con él un tratado de paz, grave error que años más tarde pagó con su vida
Acab quiso adquirir un viñedo vecino al palacio pero Nabot, el dueño del viñedo, se negó a venderlo o a cambiarlo por un terreno equivalente. El rey regresó al palacio deprimido. Jezabel le preguntó a que se debía su mal humor, y Acab le contestó que Nabot no le quería vender su propiedad.
Jezabel le dijo que deje el asunto en sus manos. La reina consiguió que Nabot fuese falsamente acusado de blasfemia y condenado a muerte. Acab tomó posesión del viñedo.
El profeta Elías fue al viñedo, confrontó al rey, y lo acusó de asesinar a un hombre para apoderarse de su propiedad. Añadió que Dios castigaría a Acab por su pecado, que los perros lamerían su sangre, que su familia tendría el mismo mal final que tuvieron los descendientes de los reyes Jeroboam y Baasa, y que los perros comerían el cuerpo de Jezabel.
Acab, arrepentido, rasgó su ropa, y se puso un hábito de penitencia. Ayunó, se martirizó, y ambuló por el palacio, triste y deprimido. Dios, al ver el arrepentimiento de Acab, postergó, para después del reinado de Acab, el desastre profetizado.
El rey Josafat de Yehudá visitó a Acab, quien le pidió su ayuda para recuperar la ciudad de Ramot que estaba en manos de los sirios.
Josafat estaba dispuesto a cooperar, pero primero quiso consultar a Dios. Acab reunió a cuatrocientos profetas, y les preguntó si debía atacar a Ramot. Todos contestaron que Dios le entregaría la ciudad.
Josafat, aún no convencido, preguntó si había algún otro profeta.
``Hay uno más, Micah, a quien odio porque solamente me profetiza infortunios'', contestó Acab.
Micah fue traído a la presencia de los reyes, y Acab le preguntó si debería marchar contra Ramot.
El profeta le contestó en tono burlón: ``¡Marcha y triunfarás! El Señor entregará la ciudad en las manos de Su Majestad''.
``¿Cuántas veces te he pedido que solamente me digas la verdad en nombre del Señor?'', le preguntó Acab
``Veo al ejército de Israel esparcido por los montes como un rebaño de ovejas sin pastor'', contestó Micah.
El rey Acab ordenó a sus guardias que pusieran a Micah en la prisión, y que sólo le dieran pan y agua hasta que él regresase sano y salvo de la guerra.
Los dos reyes marcharon con sus ejércitos a Ramot. Durante la batalla, una flecha hirió fatalmente al rey Acab quien, agonizando, le dijo al auriga de su carro de guerra: ``Da vuelta a los caballos y llévame detrás de las líneas. ¡Estoy herido!''
Su sangre cubrió entonces el piso del carruaje. Al caer la tarde el rey Acab murió, y sus comandantes dieron la orden de retirada.
El cuerpo del rey fue traído a Samaria y sepultado. El carruaje, manchado de sangre, fue lavado en el estanque de Samaria, donde las prostitutas solían bañarse. Los perros lamieron la sangre de Acab, cumpliéndose así lo que el Señor había previsto.